La Mercancía

El centro de operaciones del equipo León...

Última actualización de La Mercancía: 30 enero 2006

Sir Anthony - Capítulo uno


Ya sé que estuvieron preocupados, y que cada noche pensaban en cómo iba a terminar el capítulo uno, ¡pero no desesperen! Finalmente, les traigo la versión completa, a la cual le cambié el título (porque era un poco raro que al principio ya empezaran a matarse entre todos)... Lean, y despues me dicen...


Capítulo 1: Senfariis y Dalarhian

Oscuridad... Tinieblas... Imágenes borrosas... Todo pasa tan rápido como si fueran las imágenes en la misma muerte... Hubo un rayo de fuego, que inundó todo de rojo. Cuando pasó la ceguera, era la noche lo que estaba viviendo...

Había dos formas. La más imponente era, sin duda, un enorme monstruo rojo mezcla entre dragón y humano, que blandía una enorme espada de color negro que en vez de atraer la luz, la repelía. El mango estaba decorado con calaveras. Un hombre vestido con una túnica negra y una capucha que le tapaba la cara le entregaba un cofre. Había algo en ese cofre, algo que quería salir; que buscaba ser liberado como una fiera salvaje atrapada recientemente.

Pronunció palabras con una voz de terror, como si fuera la encarnación del mal:

-Demonio de este mundo... Haz que esta tierra lamente el haber sido creada...

La bestia lanzó un grito desgarrador que podría haber paralizado al tiempo mismo. Luego de eso, abrió el cofre y las figuras de varios espectros salieron de sí y fueron a él, como si fueran la caja de Pandora.

-Sí, mi amo...

Y un caballo pálido y negro vino de la nada. Su jinete, portando una guadaña, se acercó. Tocó al demonio y murmuró palabras que nadie entendería. Con voz fría luego dijo:

-Este es el poder para llevarlos al otro mundo. Utilízalo.

Y ambas figuras, el hombre y el jinete desaparecieron. La bestia lanzó otro grito y golpeó el suelo.

Otro rayo cayó del cielo, cegando todo de un color blanco. Cuando se fue, se vieron otros más. Luego llovió, y se vieron nubes. Dos formas estaban allí, una de ellas le hablaba a él, y la otra lanzaba palabras de desprecio.

-¡No! ¡Es mi tormenta, déjala en paz!

-¡Corre! ¡Ve a salvarlo!

Y se veía a sí mismo dando la espalda a la batalla, para alejarse corriendo hacia un bosque. De vez en cuando, miraba hacia atrás, y sólo veía dos figuras deformes lanzándose gritos de ira que se transformaban en rayos y granizo que caían del cielo.

Un haz de luz veía al final de todo. Allí corrió. Cuando llegó, se encontró con la misma bestia que abrió la caja de Pandora. Pero no venía sola. Consigo venían varios hombres armados con pedazos de árboles que seguían al demonio.

Les gritó que se alejaran, pero no entendían. Sólo hablaban con aquel ente del mal que ahora comenzó a blandir su espada, y les gritaba con voz clara:

-¡Mortales son, y vendrán conmigo cuando ustedes hayan muerto!

-¡Necesitarás más que un par de animales para darme caza, demonio! –le gritó –Ningún lazo es eterno, y por eso no te seguirán. Toda cadena termina por oxidarse; toda cuerda cede algún día. ¡Es tiempo de que tomen su camino!

-Incompetente y necio mortal. ¡Es el tiempo de que sufras, pues soy el dolor, y te condeno a morir y a venir conmigo! –exclamó la bestia para azotarlo con su cola, y atacarlo con su espada.

Otro rayo cayó, y cegó toda la escena...

El aprendiz de caballero se despertó. Era otra de sus pesadillas... Intentó recordar el sueño, concentrándose... Sólo vio una tormenta, un demonio y a la humanidad mirándole, sin entender sus palabras de salvación.

Vestía ropa de cuero, pero tenía que cambiarse. Se puso una armadura de acero, que podía resistir el azote de las flechas sin romperse, así como el golpe de las espadas sin ceder, un casco del mismo material, con dos alas en los lugares donde estarían sus orejas, y, además de sus botas de cuero, un calzado de hierro que lo protegía de los posibles ataques bajo tierra de sus enemigos. Una filosa espada de plata a la que llamaba Turnag en el idioma del imperio, o Azote en la lengua de todas las tierras, sería su fiel servidora en la primer batalla a la que se enfrentaría, así como un escudo del mismo material que tenía cuatro imágenes, un dragón dorado y una espada de plata en parte superior izquierda y derecha, y un caballo y un campesino en la parte inferior izquierda y derecha, respectivamente.

Ésa era la vestimenta de los aprendices. Él aún no tenía el nivel de un verdadero caballero, aunque no le costaría mucho llegar a ser uno de ellos. Salió afuera de su carpa, al aire libre, donde había otras de sus compañeros de batalla.

Era todo un campamento montado en el país de Crollem, el reino maldito según la creencia religiosa, donde se dice que Linquë, el Dios del Mal, tomó la Fortaleza de Perdio como hogar para lanzar olas de ataque contra los dioses dispersados, quienes seguían a Cleve, el Dios del Bien. Perdio quedaba en ese país, y ellos estaban cerca de una torre maldecida por los sacerdotes de los templos de Indara, la capital religiosa. Pero el aprendiz no creía en esas cosas todavía.

Lo que había en Márgalis, el nombre de la imponente atalaya, era lo que toda persona temería, desde el no-creyente hasta el más valiente, pues colonias enteras de monstruos voladores, las mascotas de Linquë, crecían ahí. No había espada que pudiera atravesarlos y hacerles daño, no existía flecha capaz de abrirles un agujero: eran sombras y nadie sabía de qué estaban hechos... Sin duda alguna, todo los atravesaba como si fueran una tenebrosa neblina con una tétrica forma.

A eso era lo que más temían los soldados. Habían venido desde Dotdro, la capital del imperio, por orden del Emperador Kraguen, pasando por el Bosque de Permont, al sur, caminando un largo camino por el oeste hasta Ark, la capital comercial, atravesando Caramer, un pueblo comerciante, por el sureste y, finalmente, cruzando los puentes que unían las Islas de Indar, yendo hacia el este, hasta llegar a donde ahora estaban. El temor de que los Senfariis volaran hasta ellos era constante, y nunca desaparecía.

La misión no era tan simple como podría ser cerca de la Capital del Imperio. Se habían visto extrañas criaturas, algunas bestias de carga y una especie de armas de asedio que venían desde el límite desconocido, más allá de los Tres Ríos de Crollem, las dos ciénagas y los dos pantanos. Los vieron unos aventureros que volvieron para alertar al Imperio. Nadie sabía qué había más allá, y a los que fueron para averiguarlo nunca se les ha vuelto a ver, aunque las voces de las almas perdidas resuenan en el Pantano Muerto, y entes sin forma alguna, como fantasmas, se han visto errando por el Bosque Muerto... De todas las Cuatro Grandes Islas, Decta, Ainar, Dotdro y Crollem, la última era la más tenebrosa.

Lo que tenían que hacer era atravesar el puente de Márgalis para adentrarse en el Bosque Muerto hasta lo que sea que siguiera luego de éste. Nadie tenía la menor idea de por qué hacían todo eso, ya que normalmente el Emperador Kraguen no enviaría a sus tropas a un suicidio. En cualquier caso, Lord Righmount, el mejor caballero de la Corte de la Real Espada, fue quien dio la orden de avanzar y montar un campamento cerca de la torre maldita para tener una defensa por si esas criaturas decidían que no eran tan bienvenidos como ellos creían.

Su mejor amigo, Dorrenall, era el entrenador del aprendiz de caballero, quien respondía al nombre de Anthony.

-El cielo es de un verde oscuro en este lugar. –Dijo el guía, cuando su alumno entró a su carpa -Me recuerda a cuando estaba enseñándote las propiedades de los ácidos, y por qué algunos son letales y otros no.

-El azul es un color de purificación, por eso el cielo en Crollem es verde. Y las nubes, blancas en nuestra tierra, son aquí rojas como la sangre. El odio y el mal se puede oler en el aire...

El entrenador lo miró y preguntó:

-¿Otra vez una de tus pesadillas?

-Sí.

El aprendiz no se molestó en devolverle un gesto de sorpresa. Su mentor lo conocía bien, y lo de sus sueños lo sabía sólo porque él se lo dijo... Aunque de cualquier forma, Dorrenall era una persona que podía darse cuenta de las cosas sin que nadie se las dijera. Por algo era el mejor entrenador de todos los tiempos

En ese momento, tenía puesta la armadura, y había desenvainado la espada, apuntándole a su alumno, como siempre hacía cuando quería enseñarle algo.

-Debes aprender a olvidar los sueños. Sólo son ilusiones creadas por tu mente, y nunca dicen nada cierto... Son obstáculos, como el miedo y el cansancio, y como todo obstáculo, deben ser eliminados.

-Pero estoy seguro de que hay algo que quieren decirme. No es la primera vez que lo sueño, y no será la última... Este país, por extraño que parezca, lo ha afectado de una manera.

El entrenador envainó la espada y preguntó:

-¿De qué manera Crollem ha cambiado tu pesadilla?

-El protagonista del sueño, que creo ser yo, llegó con el demonio y se enfrentó a él... "Toda cadena termina por oxidarse; toda cuerda cede algún día.", eso fue lo que dije, y luego el ente del mal, que según él era el dolor, me condenó a morir y a ir con él, y luego me azotó con su cola y me atacó con su arma.

-¿El demonio tenía un arma?

-Era una espada negra que repelía la luz. Es como todo en este lugar. El denso aire se enfrenta contra las antorchas, y supongo que esa es la razón por la que no tiene un alcance como lo tendría en Dotdro.

-Sin duda el mal tiene muchas formas, y un caballero tiene que enfrentarse a todas. Si tu pesadilla quiere decirte algo, entonces es más que un simple sueño: es una visión. Sólo los sacerdotes de Indara podrían guiarte en este camino. Ellos son los visionarios, y tal vez puedan unir tu demonio con el olvidado Mectharr, la bestia al servicio de Linquë... Aunque sé que no te gustan estas cosas religiosas, es lo que deberías hacer si lo que querés es encontrar la salida a este oscuro laberinto.

Hubo un silencio... Había comenzado a llover otra vez. Era la quinta vez, desde que llegaron a ese lugar, y podría significar algo bueno si el agua que cayera del cielo fuera era normal. Uno de los caballeros la había juntado en un vaso y probado hace dos días. Ahora lo estaban atendiendo en la carpa médica. Tenía fiebre, mucha, y no parecía haber cura para el mal. Un investigador curioso había tomado una muestra del agua, y su voz se notó muy preocupada cuando ayer, en una reunión masiva de todo el campamento, declaró que era veneno, y que bajo ninguna razón ni circunstancia debería tomarse.

-Es gracias al capitán Dorak que descubrimos el veneno del agua. Hay que rogar a Cleve que se ponga bien... Vos rogarás a... Bueno, en realidad no tengo idea de a quién, pero espero que también ores con nosotros.

-Dejé de creer en los Dioses y toda religión cuando quemaron la aldea, y mataron a mi familia... Algún día la secta de Namraha me las va a pagar... Un día vengaré a todas las almas que dejaron sus cuerpos ese día.

-No hagas del odio tu forma de vida. La ira te cega. No te rebajes a su nivel.

-No puedo ni voy a prometer nada en contra de mi juramento.

-Algún día, Picto, aprenderás que la venganza sólo trae más venganza, y nunca sacia tu sed. –dijo el entrenador, apuntándole con su espada –Una vez que llegas a probar la sangre de la gente que te ha hecho daño, encontrarás en ella la tuya propia. Nunca ha tenido, y nunca tendrá la venganza sentido alguno.

Hubo otro silencio...

-Hacía tiempo que no me llamabas así... El nombre por el que mi madre me nombró cuando llegué al mundo.

-Mucho tiempo, sí. Pero las cosas no se pueden evitar. Si hay algo que sé, es que tu camino está trazado... Veo en tu futuro grandes acciones realizadas, propias de un verdadero caballero. Al menos tenés un nombre mágico. ¿Quién de nosotros posee nuestro verdadero nombre? Por lo que sé, hasta ahora sólo una persona, y está conmigo en esta carpa.

Pasó un minuto o varios de silencio, hasta que la lluvia cesó. Eran las nueve y diez de la mañana... Eso según el encargado de controlar el tiempo, quien tenía en su carpa un reloj hecho con esferas de hierro que caían e indicaban la hora exacta y los minutos en décimas.

-Lord Righmount ya debe haber llegado al Bosque Muerto... ¿Por qué no lanzan la señal? –preguntó el aprendiz.

Una vez que llegaran al bosque, debían mandar un explorador o alguna seña para avisar al campamento de que estaban bien...

-Esto es extraño, ya han pasado doce días desde que llegamos acá... Y no hay indicio alguno de que estén bien. Deberían haber vuelto, pero no están... Esto me huele mal.

-Tranquilo, Anthony. La paciencia es una virtud. Si algo mal ha pasado, podremos contar con que Righmount vuelva para avisarnos. Es muy difícil matar a un caballero como él.

-¿Estás diciendo que es posible que hubiese una emboscada? ¿Y si todos están muertos y un ejército viene para terminar el trabajo?

-No hay que preocuparse por eso, hay soldados vigilando el campamento. Si algún enemigo quisiese traspasar nuestras defensas, lo sabríamos de antemano. Sonaría un...

Se detuvo... Su aprendiz agudizó el oído para escuchar mejor, y lo oyó: Un cuerno sonaba en la lejanía. Salieron de la carpa y vieron el ejército que habían mandado, una tropa de caballeros montados que venía de más allá de lo conocido. Pero sin embargo, venían pocos hombres, apenas diez de los cincuenta que fueron. Righmount volvió a tocar el cuerno, tratando de decir algo...

-Esto no es una victoriosa llegada, sino una triste derrota. –dijo Dorrenall -¡A las armas, caballeros!

Nadie hizo nada, simplemente siguieron festejando. Para ellos, los soldados eran los primeros en volver con vida desde el límite desconocido. Eran héroes...

-Los soldados no entienden la señal y nuestro Lord no puede gritar y hacerse oír. El cuerno es todo lo que tenemos para entenderlo... Si hay criaturas persiguiéndolos, debemos ir por los caballos para combatirlas. Parece ser que podrás demostrar tus habilidades, finalmente.

Anthony sonrió... Era lo que esperaba desde hacía mucho tiempo: su primera batalla.

Comenzaron a caminar en dirección a los potrillos. La tropa estaba muy lejos, a aproximadamente veinte minutos del campamento. Sea lo que fuere lo que los perseguía, o era invisible, o venía muy lejos como para verlo. Righmount tocó otra vez el cuerno, muchos "¡vivan!" se oyeron, y Dorrenall se impacientaba cada vez más con cada segundo que pasaba.

Anthony se separó de él... Había algo que tenía que hacer antes de ir a una carpa grande que era el establo, algo que él creía importante. Atravesó dos de las pequeñas y siguió caminando por un sendero de piedra hasta el sanatorio. Su entrenador se dio cuenta de esto, pero lo dejó ir.

El cuerno sonó otra vez, aún más fuerte que antes. Estaban a poco más de quince minutos del campamento. Una nube oscura venía de más allá, avisando que estaba a punto de llover otra vez. Anthony la vio antes de entrar, y temió lo peor.

-¿Dónde está el capitán Dorak? –preguntó adentro.

-Al fondo, detrás de la estatua de Cleve. –dijo una mujer.

-Miren, no sé cómo van a hacer esto, pero tienen que sacarlo, y volver hasta Caramer.

-¿Disculpe?

-¿Quién está a cargo?

-Yo. –dijo un hombre anciano, con pelo largo blanco y una barba que le llegaba hasta el cuello. –¿Cuál es el problema?

-Tienen que sacar al capitán, volver hasta Caramer y alertar al Imperio...

-¿Pero qué pasa, joven?

-¿Por qué no sale afuera y lo ve?

El anciano salió al exterior y vio la nube, luego entró y dijo:

-Es otra tormenta solamente. ¿Creyó acaso que eran los Senfariis?

-Mire, nuestros soldados están volviendo demasiado rápido como para que sea una simple llegada. Están retirándose... Tal vez no ha notado que la nube viene desde la Torre de Márgalis, pero es así.

-Entiendo... ¿No quiere quedarse un rato con nosotros? Tenemos muchas formas de hacer que una persona se sienta mejor.

Anthony lo miró como un niño mira al adulto que no le cree que vio un dinosaurio en su cama, y dijo:

-Espero que algún día se dé cuenta del terrible error que ha cometido.

-Eso espero yo también.

Y abandonó el lugar, corriendo hacia el establo.

El cuerno volvió a sonar. A pesar de que fueran rojas las nubes en su mayoría, las negras seguían siendo síntoma de tempestad, y esa era grande, y muy oscura, como si fuera la tormenta la mismísima ira de los Dioses...

Encontró a Dorrenall ya montado en su caballo. El guía lo apuró, y cuando ambos estuvieron listos, prosiguieron a encontrarse con Righmount, no sin antes tomar arcos y flechas.

-Así que... ¿Crees que esa gran nube puede ser un enorme enjambre de monstruos voladores?

-Es lo que mejor cerraría en todo... –dijo Anthony, cuando ambos pasaron la carpa médica y comenzaron a galopar por el terreno seco y rocoso de Crollem. Hacía milenios que el agua no tocaba ese lugar, y parecía que el líquido lo evitaba como si fuera el demonio.

Pasaron una gran roca negra, donde antes Angnillius, el Creador, se había dividido y formado a Nallim, Diosa de la vida, quien luego creó a todas las criaturas vivientes. Fue corrompida por Linquë, y se convirtió en la Guardiana de Almas, mejor conocida como Muerte.

Luego de dejar atrás una estatua rota de un Dios que ninguno de los dos conocía, llegaron con Rigmount cuando estaba soplando el cuerno otra vez.

-¿Qué es lo que pasa? –preguntó Dorrenall.

-¿Es que nadie en el campamento comprende que es la señal de retirada?

-Hasta ahora sólo dos personas... ¿Cuál es el problema?

-Esa nube... No es una tormenta, no puede ser. Si lo fuera, no iría en contra del viento.

-¡El viento! ¡Por qué no lo pensé antes! –se dijo Anthony.

-¿Cuál es el plan?

-Llegaremos al campamento y lo atravesaremos gritando advertencias. Una vez del otro lado, nos seguirán y volveremos hasta Caramer.

-¿Y si nos siguen los monstruos?

-Tenemos que rogar que eso no pase... –concluyó el Lord, soplando el cuerno por última vez, en un largo sonido que duró desde que pasaron la gran roca negra hasta que llegaron al campamento.

Una vez ahí, siguieron cabalgando, sin bajar la velocidad, gritando con voz fuerte la advertencia hasta que todos se dieron cuenta y fueron a sus establos para tomar sus caballos e irse con ellos hasta Caramer. Sin embargo, Anthony se detuvo en la carpa médica.

Allí entró y vio que todos estaban juntando los medicamentos y artefactos para la retirada. Buscó al anciano, pero no lo encontró. Cuando le preguntó a una enfermera (muy posiblemente la que habló con él al principio), ésta no tenía idea de nada. El capitán tampoco estaba en algún lado. Comenzó a perder las esperanzas en todo, y decidió que lo mejor era llevarse a unos médicos hasta el establo, donde otros caballeros los llevarían con ellos.

Subió a dos personas a caballo y les ordenó que se sujetaran fuerte, para luego retornar al hogar de los caballos, y dejarlos allí, de forma que los caballeros los llevaran como él tenía planeado...

Repitió el proceso hasta que todos se fueron, y quedó él solo. La nube estaba más cerca, pero parecía sólo una nube, sin nada de extraordinario ni malvado que no tuviera otra en ese lugar. Buscó a Dorak y buscó al anciano otra vez, pero no halló a ninguno. Se dijo que lo más probable era que ya se hubiesen ido en otro caballo.

Él se quedó ahí. Había algo que faltaba, lo sabía. Tomó la dirección del viento con el dedo, y se sorprendió cuando se dio cuenta de que la nube no se movía en su contra, como Righmount pensaba...

¿Entonces por qué había iniciado una retirada? ¿Por qué había argumentado que el viento estaba en contra de la nube? Si no eran las mascotas del mal las que volaban ahí, ¿por qué volvieron con menos hombres?

Tenía que hablar seriamente de esto con Dorrenall... Muy seriamente...

Prosiguió a cabalgar hasta Caramer. Sólo tenía treinta minutos hasta los puentes que unían las Islas de Indar, y luego de eso, medio día hasta llegar del otro lado. Por suerte, había otros campamentos y podría descansar, aunque ahora que lo pensaba, con la retirada iba a ser difícil que alguno quedara con personas... Los caballos se cansarían en algún momento, y descansarían, así como sus jinetes y acompañantes. Los encontraría entonces, o eso esperaba... El mundo era muy pequeño para él.

Miró adelante, tratando de ver a otro caballo, pero las antorchas apagadas y una neblina le impedía ver bien. Pensó por un rato que un caballero se había detenido para esperarlo, pero era otra roca, antiguo monumento de mejores tiempos.

La nube negra era enorme, gigante, y estaba encima de él cuando se dijo que debía detenerse. No sabía por qué razón, pero la miró, algo que nadie que creyera en la existencia de los Dioses habría hecho...

Posó sus ojos en aquella tormenta, y vio cómo se dividía exactamente en dos, separándose hasta que la distancia entre ambas tempestades era la de otra igual a ambas.

El lugar donde ahora estaba era un camino de tierra, hecho por los antiguos Dotdrianos. El resto del terreno era de tierra seca. Flores crecían extrañamente en el monumento. Y lo más raro de aquello era que una Dalarhian, como la que vivía allí, no era una flor común: era el símbolo de la esperanza, de la verdad, de la justicia, de ahí su nombre, "flor de esperanza". Allí donde crecía pronto iluminaría una nueva luz... El aprendiz bajó del caballo, tomó una y la guardó. Por suerte, no se alimentaba de agua, sino del aire, y ver tal flor creciendo en esa oscuridad iluminó su corazón como ninguna otra luz lo haría. Era lo que necesitaba en esa hora donde todo estaba en tinieblas.

Volvió a su caballo y observó otra vez a la nube. Creyó ver las alas de una figura, muy posiblemente uno de esos monstruos, pero eso ya no le importó.

-¡Que vengan los Senfariis, si tanto lo quieren! –se dijo, y prosiguió su marcha.

Cuando se halló a una muy lejana distancia de la roca, observó cómo una de las dos nubes bajaba a la tierra, justo donde estaban las Dalarhian, justo donde había empezado a dibujarse una figura majestuosa. Desaparecío, entonces en la densa niebla que era el aire de Crollem, junto con todo lo que había en el lugar. Mientras eso ocurría, la otra bajaba su altura cada vez más, como si no fuera una nube, sino la peor pesadilla de cualquier persona que pasara por el país maldito: las mismísimas mascotas del mal... Sin duda alguna, esos monstruos habían rodeado a las flores, impidiéndoles sentir otra cosa que no fuera la oscuridad, la tristeza y la muerte, símbolos de la tenebrosa realidad de ese lugar. Pero, ¿qué le había pasado a la figura?

Luego de ver esa escena, Anthony ordenó a su caballo el continuar con su camino... Ignoró a la nube, que seguía bajando y deseó que su peor temor no fuese realidad, pero ya era muy tarde...

Algo golpeó al animal, y el aprendiz salió volando hasta tocar el suelo. Miró hacia atrás, pero no vio nada, y eso era malo. No quiso ver hacia arriba, porque lo que vería sería el terror puro. Oyó el azote del viento, y lo sintió... No era normal que el aire se comportara de esa manera; la corriente no podía ser tan fuerte, pero sin embargo, lo era.

-No mires hacia arriba. ¡No mires hacia arriba! ¡¡Anthony, no mires hacia arriba!! –se dijo, en el suelo, arrodillado, sin poder levantarse, oyendo el azote del ventarrón, un sonido fantasmal, tenebroso, pero se ignoró a sí mismo, y observó al mal.

Levantó la vista y vio que el cielo no existía, una llama se prendió alrededor suyo, y luego se esparció, rodeándolo, hasta que el muro de fuego se elevó hasta el cielo mismo. No pudo seguir arrodillado, y cayó al suelo, perdiendo la conciencia inmediatamente. Antes de eso, una flor se asomó de su mano, y le susurró una frase, o al menos eso creyó:

-Nih rov wattad dalar, Antrider.