Fumar es perjudicial para la Salud
Recuerdo que aquel día yo era fumador. Conducía mi taxi por las traficantes calles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Traficantes de llenas de tráfico, aunque a veces, no puedo negarlo, también estaban esos días en los que un camión de pasteles tenía dos guerrilleros sentados adelante. Por ahí hasta eran cubanos, pero por qué debería preocuparme por eso. Con cuba bloqueada por las potencias supongo que estamos seguros de que el comunismo no entrará en el país.
A menos que lo que esos guerrilleros transporten sean manuales comunistas. En tal caso debí haberlos seguido en vez de pararme para dejar subir a un pasajero. De haberlo hecho, tal vez mi vida no hubiese cambiado como lo hizo.
Yo fumaba un cigarrillo cuando aquel hombre subió. Por razones morales, coloqué mi brazo en la ventanilla y, como si no me hubiese dado cuenta, solté el cigarro. La forma en que cayó hasta el suelo me conmovió de sobremanera, porque noté claramente que los caminos humanos, desde un punto filosófico mío, claro está, eran demasiado parecidos a aquel objeto deslizándose por el aire. Al momento, casi instantáneamente, descubrí que tal vez debería dejar de fumar.
Quizás en un futuro, en vez de cigarrillos, lo que tire por mi ventana sean paquetes. Aunque lo mejor sería no tirar nada. Cambiar de víctima, de mi pobre organismo, con ese humo adictivo, a contaminar el medio ambiente tirando basura no era lo que buscaba.
-¿Adónde?
-Belgrano e Independencia.
Pensaba hacer un chiste malo sobre que no tenía combustible para llegar al infinito. Belgrano e Independencia eran paralelas, y aquella lección de matemática que tuve en mis primeros años de secundaria quedó grabada en mi mente como pocas:
La teoría no-euclidiana postula que las paralelas se cortan en el infinito.
Lo primero que había pensado era que estas líneas intocables eran unas tímidas asesinas que requerían de una distancia bastante larga para matarse entre sí. Pero como el infinito está muy lejos, nosotros no sabemos de qué manera se matan. Sabiéndolo, los militares de las grandes potencias guardarían el secreto y lo utilizarían, por ejemplo, en cuba para acabar con el comunismo. Lamentablemente para ellos, la distancia entre cualquier punto de la Tierra y cuba no es inmedible, por lo que no podrían utilizar aquel oculto método. Nuevamente, me di cuenta de que fumar era perjudicial para la salud.
-Belgrano e Independencia son paralelas.
-Cierto, discúlpeme. Quise decir Belgrano y 9 de julio.
Miré al cigarro en el suelo, y por un momento no entendí cuál fue la razón del equívoco. Luego me di cuenta de que la Independencia de nuestro país fue un 9 de julio. El cigarrillo seguía entregando humo al aire. Me volví a dar cuenta que, siendo yo un fumador, tenía que parar y dejarlo. Apretando el acelerador y moviendo el volante, metí el taxi en el medio de la calle y proseguí a dirigirme hacia el destino deseado.
Odiando el silencio, prendí la radio.
-Las encuestas populares están a favor de Kirchner como presidente de la nación.
Cambié y elegí una estación de música.
-Y esta canción va dedicada para los fumadores que buscan dejar el cigarrillo.
-¡Al fin! –dije en voz alta.
-¿Quiere usted dejar de fumar? –me preguntó el pasajero.
-¡Por supuesto!
-¿Pero no cree que dejándolo pueda lastimarse más?
-¡Claro que no! ¿Por qué pensaría eso?
-Mucha gente no lo deja por esa razón, la razón de que no pueden vivir sin él... En el asunto, usted no es el único. ¿Por qué no lo deja de una vez?
-Estoy tratando. De a poco, voy tirando cada cigarrillo que prendo. Pronto llegará el día en que lo deje completamente.
-Conozco a una persona que paró de fumar y se suicidó por no lograr dejar de pensar en el cigarrillo. Yo soy experto en el tema, y la mayoría de la gente no pue-ble lo-blar de-blar bla bla bla bla…
El hombre tenía razón. Era muy difícil dejarlo, pero yo iba a hacerlo. Era mi destino.
-Bla bla bla bla bla...
Siendo mi destino, estaba destinado a dejar de fumar.
-Bla bla bla...
Y en cierto momento recuerdo que dijo algo que cambió mi manera de ver el mundo:
-Ble ble ble ble ble…
¿O eso venía después de aquello?
-Bleh bleh bleh bleh…
¿Pero la verdad no era que eso debía ser de esa otra forma?
-Bla bla bla...
¿O debía ser como aquello?
-Bla blar blarf blorf slorf, worf worf worf…
Entonces me di cuenta de la verdad, y comencé a entender sus palabras.
-Mi hijo fue a Cuba tratando de entender el comunismo, y esos animales no dejaron que entrase vivo. Si el comunismo significa igualdad, cuando matan a alguien, tienen que matarse a todos. Y yo me pregunto por qué no lo hacen.
El pasajero soltó una lágrima, y se limpió la cara con un pañuelo. Tenía razón, debía parar y dejarlo. Todavía no reunía el valor suficiente como para hacerlo, pero pronto, estaba seguro, lo haría. Fumar era perjudicial para la salud, y ayudado por ese pensamiento, reuní fuerzas.
-Pido a Dios cada noche que castigue a los culpables.
Tendría que hacerlo.
-Y que me ayude a encontrar el camino.
Pronto, sino ahora.
-Tal vez algún día vaya para allá y haga pagar a esas bestias.
Pero debería reunir el valor necesario.
-Quizás el comunismo se autodestruiría a sí mismo para entonces.
Y eso era cuestión de tiempo.
-Yo quería hacer algo al respecto, pero no podía. Alguien con poder y voluntad algún día haría algo, y todos se lo agradeceríamos.
Reuniendo el coraje suficiente para hacerlo.
-Entonces el comunismo desaparecería para siempre del mundo, soltando sus cadenas.
Y liberándolo.
-Ojalá algún día pase aquello... Pero cambiemos de tema, ¿qué piensa hacer con el tema de fumar y con el cigarrillo?
Pararía, y lo dejaría.
-¿Señor?
Y eso hice.
El pasajero me miró mal y me gritó. Claro que cualquiera al que le hubiese hecho lo mismo me haría lo mismo. Tenía que llegar adonde quería ir, lo más pronto posible. Busqué el paquete de cigarrillos que tenía oculto y lo tiré por la ventana, no sin antes sacar uno y prenderlo. Faltaba poco para que dejara de fumar, pero ese no era el momento. Ese día el hombre que subió a mi taxi, tuvo que llegar a su destino caminando.
Seguí derecho hasta llegar a una comisaría en los suburbios. Una vez allí, busqué entre las cosas del auto algo que nadie hubiese pensado que tendría allí. Tomé el objeto, salí afuera y, completamente decidido, disparé hacia el cielo, gritando:
-¡Quiero ser agente secreto!
-Y así es cómo llegué acá. Esos amistosos hombres me estaban entrenando y me dijeron que, siendo yo el más capacitado de todos nosotros, debía dirigir al grupo.
-Entiendo… Todo tiene sentido ahora. –me dijo el hombre que me miraba cerca de una puerta, cuya tarjeta en su traje blanco decía Dr. Marcos Plaskirn.
El lugar donde estaba era completamente blanco, pero los que me trajeron acá dijeron que eso era porque tenían que pintarlo, y la ausencia de muebles tenía lugar porque la oficina era nueva. Siendo recientemente contratado, me regalaron un traje de agentes secretos, uno blanco para ejercitarse en los ratos libres, ya que era imposible sacárselo sin ayuda.
-Cuando el presidente necesite su ayuda, se lo haremos saber, agente Grunt. Mientras tanto, usted vivirá en esta oficina, alejado del contacto mundial. No espere que el decorado y las remodelaciones terminen pronto.
Y, desde entonces, alejado del comunismo y del mundo, este fue mi hogar. Gracias a mi trabajo, dejé de fumar para siempre. Cada día hacía ejercicio con mi traje, y cada día recordaba aquel momento en que mi vida cambió completamente. Había visto un camión de guerrilleros y no lo había seguido como me dictó el instinto. De haberlo hecho ni siquiera estaría escribiendo esto.
¡Qué locura!, ¿no?
A menos que lo que esos guerrilleros transporten sean manuales comunistas. En tal caso debí haberlos seguido en vez de pararme para dejar subir a un pasajero. De haberlo hecho, tal vez mi vida no hubiese cambiado como lo hizo.
Yo fumaba un cigarrillo cuando aquel hombre subió. Por razones morales, coloqué mi brazo en la ventanilla y, como si no me hubiese dado cuenta, solté el cigarro. La forma en que cayó hasta el suelo me conmovió de sobremanera, porque noté claramente que los caminos humanos, desde un punto filosófico mío, claro está, eran demasiado parecidos a aquel objeto deslizándose por el aire. Al momento, casi instantáneamente, descubrí que tal vez debería dejar de fumar.
Quizás en un futuro, en vez de cigarrillos, lo que tire por mi ventana sean paquetes. Aunque lo mejor sería no tirar nada. Cambiar de víctima, de mi pobre organismo, con ese humo adictivo, a contaminar el medio ambiente tirando basura no era lo que buscaba.
-¿Adónde?
-Belgrano e Independencia.
Pensaba hacer un chiste malo sobre que no tenía combustible para llegar al infinito. Belgrano e Independencia eran paralelas, y aquella lección de matemática que tuve en mis primeros años de secundaria quedó grabada en mi mente como pocas:
La teoría no-euclidiana postula que las paralelas se cortan en el infinito.
Lo primero que había pensado era que estas líneas intocables eran unas tímidas asesinas que requerían de una distancia bastante larga para matarse entre sí. Pero como el infinito está muy lejos, nosotros no sabemos de qué manera se matan. Sabiéndolo, los militares de las grandes potencias guardarían el secreto y lo utilizarían, por ejemplo, en cuba para acabar con el comunismo. Lamentablemente para ellos, la distancia entre cualquier punto de la Tierra y cuba no es inmedible, por lo que no podrían utilizar aquel oculto método. Nuevamente, me di cuenta de que fumar era perjudicial para la salud.
-Belgrano e Independencia son paralelas.
-Cierto, discúlpeme. Quise decir Belgrano y 9 de julio.
Miré al cigarro en el suelo, y por un momento no entendí cuál fue la razón del equívoco. Luego me di cuenta de que la Independencia de nuestro país fue un 9 de julio. El cigarrillo seguía entregando humo al aire. Me volví a dar cuenta que, siendo yo un fumador, tenía que parar y dejarlo. Apretando el acelerador y moviendo el volante, metí el taxi en el medio de la calle y proseguí a dirigirme hacia el destino deseado.
Odiando el silencio, prendí la radio.
-Las encuestas populares están a favor de Kirchner como presidente de la nación.
Cambié y elegí una estación de música.
-Y esta canción va dedicada para los fumadores que buscan dejar el cigarrillo.
-¡Al fin! –dije en voz alta.
-¿Quiere usted dejar de fumar? –me preguntó el pasajero.
-¡Por supuesto!
-¿Pero no cree que dejándolo pueda lastimarse más?
-¡Claro que no! ¿Por qué pensaría eso?
-Mucha gente no lo deja por esa razón, la razón de que no pueden vivir sin él... En el asunto, usted no es el único. ¿Por qué no lo deja de una vez?
-Estoy tratando. De a poco, voy tirando cada cigarrillo que prendo. Pronto llegará el día en que lo deje completamente.
-Conozco a una persona que paró de fumar y se suicidó por no lograr dejar de pensar en el cigarrillo. Yo soy experto en el tema, y la mayoría de la gente no pue-ble lo-blar de-blar bla bla bla bla…
El hombre tenía razón. Era muy difícil dejarlo, pero yo iba a hacerlo. Era mi destino.
-Bla bla bla bla bla...
Siendo mi destino, estaba destinado a dejar de fumar.
-Bla bla bla...
Y en cierto momento recuerdo que dijo algo que cambió mi manera de ver el mundo:
-Ble ble ble ble ble…
¿O eso venía después de aquello?
-Bleh bleh bleh bleh…
¿Pero la verdad no era que eso debía ser de esa otra forma?
-Bla bla bla...
¿O debía ser como aquello?
-Bla blar blarf blorf slorf, worf worf worf…
Entonces me di cuenta de la verdad, y comencé a entender sus palabras.
-Mi hijo fue a Cuba tratando de entender el comunismo, y esos animales no dejaron que entrase vivo. Si el comunismo significa igualdad, cuando matan a alguien, tienen que matarse a todos. Y yo me pregunto por qué no lo hacen.
El pasajero soltó una lágrima, y se limpió la cara con un pañuelo. Tenía razón, debía parar y dejarlo. Todavía no reunía el valor suficiente como para hacerlo, pero pronto, estaba seguro, lo haría. Fumar era perjudicial para la salud, y ayudado por ese pensamiento, reuní fuerzas.
-Pido a Dios cada noche que castigue a los culpables.
Tendría que hacerlo.
-Y que me ayude a encontrar el camino.
Pronto, sino ahora.
-Tal vez algún día vaya para allá y haga pagar a esas bestias.
Pero debería reunir el valor necesario.
-Quizás el comunismo se autodestruiría a sí mismo para entonces.
Y eso era cuestión de tiempo.
-Yo quería hacer algo al respecto, pero no podía. Alguien con poder y voluntad algún día haría algo, y todos se lo agradeceríamos.
Reuniendo el coraje suficiente para hacerlo.
-Entonces el comunismo desaparecería para siempre del mundo, soltando sus cadenas.
Y liberándolo.
-Ojalá algún día pase aquello... Pero cambiemos de tema, ¿qué piensa hacer con el tema de fumar y con el cigarrillo?
Pararía, y lo dejaría.
-¿Señor?
Y eso hice.
El pasajero me miró mal y me gritó. Claro que cualquiera al que le hubiese hecho lo mismo me haría lo mismo. Tenía que llegar adonde quería ir, lo más pronto posible. Busqué el paquete de cigarrillos que tenía oculto y lo tiré por la ventana, no sin antes sacar uno y prenderlo. Faltaba poco para que dejara de fumar, pero ese no era el momento. Ese día el hombre que subió a mi taxi, tuvo que llegar a su destino caminando.
Seguí derecho hasta llegar a una comisaría en los suburbios. Una vez allí, busqué entre las cosas del auto algo que nadie hubiese pensado que tendría allí. Tomé el objeto, salí afuera y, completamente decidido, disparé hacia el cielo, gritando:
-¡Quiero ser agente secreto!
-Y así es cómo llegué acá. Esos amistosos hombres me estaban entrenando y me dijeron que, siendo yo el más capacitado de todos nosotros, debía dirigir al grupo.
-Entiendo… Todo tiene sentido ahora. –me dijo el hombre que me miraba cerca de una puerta, cuya tarjeta en su traje blanco decía Dr. Marcos Plaskirn.
El lugar donde estaba era completamente blanco, pero los que me trajeron acá dijeron que eso era porque tenían que pintarlo, y la ausencia de muebles tenía lugar porque la oficina era nueva. Siendo recientemente contratado, me regalaron un traje de agentes secretos, uno blanco para ejercitarse en los ratos libres, ya que era imposible sacárselo sin ayuda.
-Cuando el presidente necesite su ayuda, se lo haremos saber, agente Grunt. Mientras tanto, usted vivirá en esta oficina, alejado del contacto mundial.
Y, desde entonces, alejado del comunismo y del mundo, este fue mi hogar. Gracias a mi trabajo, dejé de fumar para siempre. Cada día hacía ejercicio con mi traje, y cada día recordaba aquel momento en que mi vida cambió completamente. Había visto un camión de guerrilleros y no lo había seguido como me dictó el instinto. De haberlo hecho ni siquiera estaría escribiendo esto.
¡Qué locura!, ¿no?
3 comentarios:
A las 7:13 p. m., Karina Macció dijo…
Finalmente, pude acceder, no sé por qué me tiraba error todo el tiempo. Estás linkeado desde mi blog. Y sobre lo que está posteado, ya sabés, me gusta mucho!
besos,
K
A las 3:16 a. m., Roberto Vera dijo…
Me encantó tu trabajo, por el desenfado, por el relato surrealista, tan original.
A las 12:57 p. m., Boris dijo…
Excelente relato... deberias escribir un libro... te iria muy bien...
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